Más allá de su teorización en el ámbito académico o de las peculiaridades de su formulación positiva en el ámbito jurídico, los derechos humanos se han convertido en un signo caracterizador de nuestra época, en un distintivo inequívoco de nuestra cultura, en un patrimonio sagrado del lenguaje actual. Constituyen hoy una especie de "lugar común" de toda reivindicación política, social o cultural: una referencia ineludible de todas las propuestas y modelos actuales de organización social.
Estamos en el "tiempo de los derechos", tal y como lo denominó con feliz expresión Norberto BOBBIO. En efecto, a pesar de un cierto desdibujamiento del concepto, provocado por su uso masivo e indiscriminado, existe hoy día un consenso universal acerca de que los derechos humanos expresan el contenido fundamental de la idea de justicia; es decir, constituyen el mínimo o el máximo de justicia indiscutible ya que en ellos se refleja la expresión más unánimemente aceptada de las exigencias de libertad, igualdad y solidaridad de los seres humanos. En otras palabras, hoy día puede afirmarse que el contenido de la justicia consiste en el reconocimiento, respeto y protección de los derechos humanos, en cuanto que Resumen las exigencias fundamentales del ser humano. De ahí que en su reconocimiento y protección resida el criterio último por el que se mide la legitimidad de cualquier orden político, social, económico o jurídico.
Ciertamente, la idea de derechos humanos constituye hoy una fuente importante de convergencia política, social y cultural. Representan en palabras de HABERMAS el lenguaje universal y transcultural con el que se regulan las relaciones mundiales y el único instrumento que permite a los opositores de regímenes despóticos y a las víctimas de todo tipo de violencia, represiones y persecuciones, levantar la voz contra las violaciones de su dignidad. Muy pocos valores o ideales del pasado pueden preciarse de concitar el nivel de consenso universal que cobran hoy los derechos; sin embargo, lo que no existe es un consenso universal sustantivo en torno al fundamento, al contenido, al catálogo de estos derechos y al modo de interpretarlos. Nos hallamos, pues, ante un consenso aparente en torno a los derechos, tras el cual se ocultan profundas divergencias ideológicas y culturales.
En definitiva, al tiempo que los derechos se han consolidado como lenguaje transcultural, se ha agudizado la pugna entre las diversas culturas sobre cuál debería ser su interpretación adecuada. Nadie cuestiona que la única ética común posible para el futuro es la ética de los derechos, una ética universal y cosmopolita a la que todos se declaran dispuestos a respetar. Ahora bien, siendo cierto que nadie los niega, resulta igualmente cierto que cada uno los interpreta a su modo. De ahí que siga abierto el debate sobre cuáles son esos derechos, cuál es su contenido y cómo deben ser aplicados.
En realidad, ni siquiera en el momento de la elaboración de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH) hubo un consenso universal sustantivo sobre el fundamento y el contenido de los derechos. Al respecto, fueron muy significativas las abstenciones de Arabia Saudita, Bielorrusia, Checoslovaquia, Polonia, Ucrania, Unión Soviética, Unión Sudafricana actual Sudáfrica y la hoy ex Yugoslavia. Los países del bloque del Este que se abstuvieron lo hicieron a causa de la inclusión en la Declaración del Derecho de Propiedad Privada. En cuanto a la Unión Sudafricana, la abstención fue debida al temor a asumir compromisos opuestos al sistema de apartheid. Arabia Saudita, en cambio, se abstuvo por considerar incompatibles con la shari'a el artículo (que establece el derecho a fundar una familia sin limitación alguna entre otras cosas por razón de religión) y el artículo, en la parte relativa a la libertad de todo individuo para cambiar de religión o credo.
En la época en que fue aprobada la DUDH, y durante mucho tiempo después, el conflicto ideológico Este-Oeste ocupó el primer plano de la escena política internacional, eclipsando y manipulando incluso las diferencias culturales. En cambio, en las últimas décadas la diversidad cultural y su proyección en el campo de los derechos humanos, a la que respondía la abstención de Arabia Saudí, no han hecho sino incrementar su protagonismo.
El conflicto se planteó con toda intensidad en la Segunda Conferencia Mundial de Derechos Humanos, que se celebró en Viena del 14 al 25 de junio de 1993, en la que hubo una abierta confrontación entre los defensores de la universalidad y los partidarios de los particularismos; en concreto, las delegaciones de algunos países asiáticos y los miembros de la Conferencia Islámica. Finalmente, el enfrentamiento se resolvió en términos transaccionales: en la Declaración de Viena se afirmó la universalidad de los derechos humanos,8 pero también se reconoció "la importancia de las particularidades nacionales y regionales, así como de los diversos patrimonios culturales, históricos y religiosos".
En realidad, la diversidad cultural ha existido siempre, pero la globalización la ha situado en el primer plano. Como destaca TOURAINE, la globalización permite que coexistan simultáneamente y en un mismo ámbito diferentes formas culturales de vida que en otras épocas eran sucesivas, o si existían al mismo tiempo lo hacían en lugares geográficamente separados o, en todo caso, en ámbitos distintos, siendo escasos los contactos entre ellas.Lo que la globalización nos ha proporcionado es un mayor conocimiento y conciencia sobre las diferencias. Pero lo cierto es que la multiculturalidad es un hecho incontestable; que afecta al modo de concebir e interpretar los derechos humanos y que exige una clarificación profunda sobre la nota de universalidad que los caracteriza conceptualmente, además de salvar la evidente diferencia entre los moral rights, tendencialmente universales, y los legal rights necesariamente particulares, en razón del carácter particular de su tutela legislativa y jurisdiccional.10
En las circunstancias descritas (régimen de pluralismo cultural y ausencia de un consenso universal sustantivo acerca del fundamento y contenido de los derechos) hay que evitar cualquier interpretación simplista sobre la universalidad de los derechos humanos. La tentativa de imponer la concepción occidental de los mismos a otras culturas ya ha merecido sobradamente la crítica de etnocentrismo e "imperialismo cultural". En todo caso, constituiría un falso universalismo basado en la reducción de lo universal a un particular; esto es, una homologación de las diferencias basada en la "asimilación" de las distintas culturas al patrón occidental.
Además, semejante intento ha estado siempre condenado de antemano al fracaso. La universalidad para ser auténtica (y también para ser efectiva) ha de ser el resultado de un diálogo, de una comunicación, de un intercambio. La universalidad no debe constituir un punto de partida, sino un punto de llegada, un ideal regulativo, un objetivo que ha de ser alcanzado "en" y "desde" la diversidad cultural. Ello a través de la clarificación y explicitación de las razones que sirven para sustentar una determinada tesis o idea, de manera que todos puedan comprender su razón de ser, su justificación. Esa es la ardua tarea que le compete en nuestros días a la comunidad política y a la comunidad internacional, en sus respectivos ámbitos. Y los presupuestos sobre los que debe edificarse esa tarea son los que pretendemos exponer a continuación, con la concisión exigida por un trabajo de esta índole.
Los derechos humanos entre globalización y multiculturalismo.
Como hemos dejado apuntado, los derechos humanos deben enfrentarse hoy a dos tendencias contrapuestas: la de la globalización, con su marcado carácter económico, y la del multiculturalismo, con su marcado carácter identitario, cada una de las cuales intenta atraerlos hacia su esfera de poder. Veamos cómo afectan cada uno de esto fenómenos a la noción y a la aplicación de los derechos.
A) Globalización y universalidad de los derechos.
No es este el lugar para extenderse sobre el fenómeno globalizador;Tan sólo deseo resaltar que la globalización induce a una progresiva pérdida de fronteras y, en el día a día, nos conduce a vivir por encima de las distancias, contribuyendo a modificar "algunos de los aspectos más íntimos y personales de nuestra existencia cotidiana".Lo que cambia, sobre todo, es la relación de la naturaleza humana con el espacio y con el tiempo. El individuo aparece como deslocalizado y proyectado hacia un universo cada vez más grande, cada vez más global, en el que poco a poco van perdiendo significado las tradiciones, las costumbres, las prácticas locales, las relaciones cara a cara, la proximidad. El mismo concepto de "próximo" tiene poco sentido en unas relaciones cada vez más "virtuales".
Pero lo característico de la globalización, tal y como de hecho se ha planteado, es que aparece íntimamente ligada al economicismo. Asistimos, en efecto, a la mundialización de la economía (sistema económico cada vez más internacionalizado, caracterizado por la globalidad de los mercados, de los flujos financieros, de los intercambios tecnológicos y de la información). Pero el economicismo se caracteriza por preconizar el no sometimiento de la economía a la ética (en contraposición a la moralidad de la economía anterior), ni tampoco su sometimiento al derecho (la desregulación). A este último respecto es significativo que la mundialización de la economía esté siendo utilizada por algunos agentes económicos, en particular las grandes empresas multinacionales (pero no sólo por ellas), para soslayar normas estatales en materia tributaria, de derechos de los trabajadores, de protección del medio ambiente, etcétera. Asimismo, el economicismo postula la primacía de la economía (transformada en crematística, esto es, en actividad encaminada a la acumulación de bienes a través del mercado) sobre otros ámbitos de la vida humana, en especial la cultura. Esta última faceta se está manifestando de un modo particularmente intenso en las últimas décadas. El poder económico capitalista desborda el ámbito de la economía e invade la vida cultural. A través de la producción y difusión de la cultura de masas tiene lugar una suerte de colonización, de dominación cultural, de imposición de un modo de vida imperante en el mundo entero. De ahí que la globalización vaya acompañada de una singular forma de "asimilacionismo".
Esta homogeneidad superficial, propia de la cultura de masas, que tiende a constituir una sociedad global, a primera vista podría considerarse favorable a la difusión de los derechos humanos y a su universalización. ¿No se presentaron en su origen como derechos del hombre abstracto, prescindiendo de las diferencias culturales, religiosas, raciales, sexuales y lingüísticas? El individuo concebido por el racionalismo de la Ilustración se sentiría muy a gusto en esta sociedad global, cuya meta utópica es la superación de los Estados nacionales, de las diferencias de religión, de región y de continente.La idea de que los derechos humanos nunca serán realmente efectivos mientras siga habiendo diferencias, pertenencias, distintas formas de vida e incluso gustos diferentes, continúa presente en muchos teóricos y políticos. Pero habría que preguntarse si ésta es la forma más adecuada de concebir la universalidad de los derechos. ¿Universalidad significa globalidad? Esta pregunta será cada vez más apremiante para los hombres del tercer milenio (y es previsible que en nombre de unos derechos humanos mal entendidos puedan inventarse nuevas formas de violación de la dignidad humana).
Por otra parte, no pocas veces la globalización es en realidad una glocalización, es decir, la expansión mundial de aspectos singulares de una cultura local. Se trata de la imposición de un modelo cultural determinado sobre los otros con el resultado de reducir estos últimos a expresiones parroquiales y localistas. En esencia, se trata de la victoria de una entidad local en el supermercado de la cultura. En otras palabras: culturalmente, hay vencedores y vencidos, colonizadores y colonizados. Además, a este proceso de localismo globalizado se une el de globalismo localizado, es decir, la desestructuración de las prácticas locales por obra del impacto globalizante. Son dos caras de la misma moneda. Los individuos pierden la referencia de sus modelos culturales tradicionales y se identifican con los modelos dominantes.(Pedro Talavera Fernández)
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